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No creo en el 90% de los test de evaluación

¿Quién cree en los test de evaluación?” Con esta pregunta tan directa empecé recientemente mi intervención en un seminario que debatía sobre identificación de los mejores profesionales. Los participantes se quedaron callados, nadie levantaba la mano… ni siquiera reaccionaron cuando insistí por segunda vez. “Yo la levanto un poco”, dije para romper el hielo; y alguno de los asistentes se animó con timidez a pronunciarse. La siguiente frase desveló mi opinión y acabó con la incertidumbre inicial: “No creo en el 90% de los test de evaluación que se utilizan actualmente”. Todos esperaban una explicación convincente: ¿Por qué no valen la mayoría de los test que se ofrecen actualmente en el mercado?

Al grano. Para que un test sea realmente válido debe contar con evidencia científica. Tan sencillo y tan complicado como eso. Lo que ocurre es que en el mercado de los test de evaluación no existe ningún tipo de regulación, como sí existe, por ejemplo, en farmacología. Es un buen paralelismo. El entorno farmacéutico está sujeto a una estricta regulación que asegura que cualquier fármaco presente evidencias clínicas antes de ser comercializado: eficacia terapéutica, indicaciones, efectos secundarios… ningún medicamento sale al mercado sin haber demostrado antes una validez científicamente probada.

Antes de su lanzamiento al mercado, una molécula debe presentar estudios clínicos mediante la aplicación a una muestra de sujetos para demostrar la eficacia terapéutica del fármaco. Es entonces cuando entran en juego organismos oficiales (Ministerio de Sanidad, Agencia Europea del Medicamento…) que dan luz verde al lanzamiento una vez demostrada su validez. Estamos hablando de una metodología correlacional que, al igual que la farmacología, debería seguir también la psicometría.  ¿Por qué no exigir las mismas evidencias empíricas a la hora de invertir en evaluación?

En los años del boom económico proliferaron muchos test que encontraron su hueco en el vasto negocio de la medida del potencial profesional, muchas veces con una validez aparente pero sin verdaderas garantías psicométricas. O sea que cualquiera se inventaba un test, lo ponía en el mercado y lo vendía saltándose todo el proceso descrito. Esto que contamos aquí en pasado como si fuera algo antiguo, sigue ocurriendo hoy en día en nuestro mercado de evaluación del capital humano. La falta de regulación permite que ‘cualquiera’ ponga en el mercado planteamientos sin validez científica real.

En el entorno de la evaluación del potencial profesional, la garantía psicométrica se determina mediante dos criterios básicamente: La validez Predictiva (grado de eficacia con que se puede predecir o pronosticar una variable de interés a partir de las puntuaciones en un test) y la Fiabilidad (correlación entre las puntuaciones obtenidas por los sujetos en dos formas paralelas de un test o prueba). Existe un tercer componente que es fundamental: los baremos. En este caso es clave comparar con una muestra similar a la del profesional evaluado, con el fin de situar sus resultados en el contexto global de su colectivo.

Las compañías que compran test deberían preguntar por la validez predictiva y la fiabilidad antes de contratar, así como tener en cuenta también los baremos con los que se confrontan los resultados obtenidos. ¿Cuántos test cumplen con estas premisas?

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