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Nadie es más que otro… si no hace más que otro

Una calurosa tarde de junio de 1986 en el Estadio Azteca de México, durante el partido de Cuartos de Final del Campeonato del Mundo, Diego Armando Maradona recibió un balón en su propio campo y rodeado de contrarios. Inició slalom, se zafó de cuantos jugadores ingleses encontró a su paso y marcó el mejor gol de la historia de los Mundiales. Tras el partido, Héctor Enrique, el compañero casi anónimo que le había pasado aquella pelota incómoda, dejó para la historia una declaración realmente graciosa: “Con el pase que le di, si no hacía gol era para matarlo”.

La frase de Enrique es tan ocurrente que compite en genialidad con la propia jugada de Maradona. Pero eso no es lo que nos ocupa. Con aquella ingeniosidad el volante argentino reivindicó con ironía su parte de protagonismo en la jugada de todos los tiempos. Ciertamente, no puede decirse que no contribuyera al resultado, pero es una absoluta obviedad afirmar que su aportación fue infinitamente menor que la de su rutilante compañero. Y esto sí es lo que nos ocupa.

En contextos empresariales todavía hoy habitan compañeros que siempre aparecen (nadie sabe cómo) en los proyectos que huelen a éxito y en las tareas de mayor visibilidad. En los comentarios de pasillo, en reuniones de equipo, en evaluaciones del desempeño e incluso en currículos, presentan y presumen de un sinfín de logros que en el mejor de los casos son dudosos. Y no hablan en broma, como el compañero de Maradona. ¿Cómo puede ser que un entorno como el de los Recursos Humanos, que trata de medirlo todo, no identifique con claridad la baja contribución de estos perfiles? ¿Por qué siguen existiendo partes difusas de análisis del desempeño en los que se refugian algunos pícaros profesionales?

La batalla se está librando en muchas grandes corporaciones desde hace años, pero aún no se ha ganado. Sigue habiendo contribuyentes (entiéndase como el que contribuye, no como el que paga a Hacienda) y parásitos que hacen del ‘figureo’ un auténtico arte. Puede que el mal no se erradique nunca de manera definitiva, pero la función de Recursos Humanos debe poner diques a su propagación.

Hace unos meses, un famoso político español afirmó engrandecido que “en España nadie es más que otro” y atribuyó la frase a Don Quijote de la Mancha. Pronto encontró implacable corrección en un escritor, muy crítico con la demagogia de la clase política, que aportó la cita completa de nuestro internacional hidalgo literario: “Repara, hermano Sancho, que nadie es más que otro, si no hace más que otro”. Digamos, pues, que el leit motiv de las políticas de recursos humanos sería identificar la verdadera contribución de cada profesional. Que sea más, el que más contribuya… o el que más pueda llegar a contribuir en un futuro.

El asunto cobra importancia casi estratégica en momentos difíciles como los que ahora atravesamos. Cuando se trata de elegir quién se queda y quien se va, la objetividad es más necesaria que nunca. El ejemplo inicial de este texto era simpático, pero no paradigmático. Héctor Enrique, el que le pasó el balón a Maradona, era un buen jugador, abnegado y trabajador, que aportaba en otras facetas menos vistosas del juego. Valía la anécdota en el reducto temporal de la jugada y como contexto inicial… pero nada más.

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