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Vacaciones, decisiones, distorsiones…

En alguna ocasión hemos hablado aquí de la importancia de acertar en la toma de decisiones. Recuerdo un post titulado Cómo convertir el pensamiento estratégico en un hábito’, en el que se hablaba de tres ingredientes fundamentales para analizar y decidir con éxito: Distancia del entorno laboral, cierta situación de soledad y una clara sensación de bienestar. Lo primero que uno puede pensar es que estas condiciones se dan, sobre todo, durante el periodo de vacaciones y que, por tanto, es en vacaciones cuando debemos reorganizar nuestra actuación profesional.

Es cierto que muchas personas alcanzan en sus retiros vacacionales tal nivel de abstracción, que encuentran como una especie de oráculo con respuesta para todas sus dudas existenciales y profesionales. ¿Quién no se ha replanteado alguna vez su labor profesional mirando al mar en una tarde de verano? ¿Acaso no buscamos un poco de introspección reflexiva cuando estamos en algún paraje remoto y queremos arreglar nuestro mundo? Es evidente que el verano puede darnos perspectiva… pero también puede ser un arma de doble filo.

Un estudio realizado por lastminute.com dice que los españoles tomamos 2 de cada 5 decisiones por impulsos y que es precisamente en verano, liberados y despojados de compromisos, cuando tomamos más decisiones impulsivas: como incorporar nuevas aficiones o realizar planes imprevistos que habitualmente nunca haríamos.

Si trasladamos esta tendencia hasta la vuelta de vacaciones, le encontramos explicación a los anuncios de colecciones extravagantes, el aumento de las inscripciones en gimnasios, los cursos de idiomas o las dietas milagro. Hasta aquí todo bien, pero ¿qué pasa cuando las decisiones son mucho más importantes que un simple buen propósito? La cuestión es que al tomar decisiones, muchas veces sobredimensionamos nuestra situación actual pero infravaloramos las consecuencias. Por eso el bienestar vacacional puede ser muy traicionero.

Desde una visión eminentemente científica, podría tener que ver con un exceso de dopamina. La dopamina es la hormona relacionada con el bienestar, capaz de generar motivación en nuestras mentes y por tanto provocar la aparición de grandes ideas y decisiones… pero, como todo, en exceso puede resultar distorsionadora. Analizar nuestra vida o nuestra carrera profesional en un momento de excesivo bienestar puede deformar la realidad y llevarnos a tomar decisiones equivocadas.

Moraleja. Hagamos propósitos y tratemos de cumplirlos, pero dejemos las decisiones para momentos de mayor equilibrio. Empecemos, por ejemplo, una colección de cascos de Star Wars y abandonémosla a la tercera semana… pero no volvamos al trabajo con ‘decisiones bomba’ engendradas frente a un mar de verano. Puede no ser la mejor de las ideas.

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