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Lo que no debe hacer un buen formador… y lo que sí debe hacer

Las cosas han cambiado bastante en los últimos años en el mundo de la formación y el desarrollo de profesionales, y más concretamente en la labor del formador en acción presencial. No hablaremos aquí de cambios producidos por la irrupción de la tecnología en el aula o los impactos formativos online; son asuntos importantes, pero no es lo que nos ocupa. Hablamos del papel del formador en la sala; y en este sentido, las claves de éxito se han modificado bastante.

Aun conscientes de que supone un atrevimiento, hemos dividido nuestra reflexión en dos apartados muy claros: ‘Lo que no debe hacer un buen formador’ y ‘Lo que sí debe hacer un buen formador’. Así de directo.

LO QUE NO DEBE HACER UN BUEN FORMADOR

  • Exposiciones ‘magistrales’: El formador se siente más seguro si lo tiene todo “atado y bien atado” con el PowerPoint cargadito de texto, pero la exposición larga, incontestable y unilateral aburre, la atención se diluye y el participante no aprende. Huyamos de las charlas magistrales que son más propias de gurús… y ni eso.
  • Sortear los ‘charcos’: La vieja letanía de “cuantos menos problemas aparezcan, mejor” es absurda. El formador debe acudir al aula con el compromiso de intentar solucionar las verdaderas problemáticas de los participantes. Si no aparecen los problemas reales, el participante no se implica y no aprende.
  • “Mejor que no piensen”: Cuando la formación era más extensiva (café para todos) los cursos servían muchas veces como escenario reivindicativo. De ahí la arraigada tendencia de los formadores a no dejar pensar para evitar que el asunto se nos vaya de las manos. Antes incluso se elogiaba, pero ya no tiene sentido.
  • Evitar el feedback crítico: El formador tiene la sensación de que la crítica hace daño y el participante se puede vengar valorando mal la acción formativa. Aparece entonces el Feedback blandito, cuando un feedback crítico, sin hacer sangre y bien orientado, es una herramienta fundamental para el verdadero aprendizaje.
  • Poner tus propios ejemplos: No está mal, pero no continuamente. Escudados en que el grupo no participa los formadores nos animamos muy pronto a poner nuestros propios ejemplos (para los que tenemos soluciones mágicas, evidentemente). Los participantes tienen sus ejemplos, insistamos un poco para que aparezcan.

LO QUE SÍ DEBE HACER UN BUEN FORMADOR

  • Comprometerse con los participantes: Solo de esa manera conseguiremos que se pongan en marcha los conocimientos adquiridos en las situaciones reales. Hay que “mojarse” y sumergirse en la realidad del colectivo en cada acción formativa. Forma parte de la pasión vocacional del buen formador.
  • Adquirir rol de ‘facilitador’: El participante es “experto en su mundo” y el formador tiene que facilitar que cada uno auto reflexione sobre su propia realidad. Eso sí, sin olvidar que la acción formativa gira en torno a un modelo u objeto que impulsa el aprendizaje y que debe ser aplicable al día a día de los participantes.
  • Repartir la participación: Debemos construir conocimiento implicando los participantes, que siempre están por encima del formador. Se trata de conseguir que se produzca interacción de ellos y entre ellos. Una exposición unilateral quema a los cinco minutos y hay que soltarla… ¡rápido!
  • Resolver las dudas: Es un complemento del punto anterior. El formador tiene que facilitar el proceso de aprendizaje, pero también ser un experto que resuelve dudas. No se trata de abrir continuos debates sin foco. Muchas veces la reflexión se diluye y la última palabra corresponde al formador.
  • Escuchar de verdad: Superando el manido tópico, la escucha activa es la clave principal de la labor del formador. No consiste en asentir con la cabeza, ni en preguntar por preguntar, sino en integrar las opiniones del grupo para recapitularlas, retomarlas y utilizarlas como enlace con el desarrollo de la formación.

Ahora vuelve a estar de moda (aparece mucho en Linkedin y Twitter) una frase que dice algo así: “Dímelo y lo olvidaré, enséñamelo y lo recordaré, involúcrame y lo aprenderé”. Qué buena, ¿verdad? Pues resulta que la frase pertenece a Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, que vivió… ¡en el siglo XVIII! Entonces ya advertía Franklin esta clave fundamental para el aprendizaje. Pues eso, que hay que involucrar a las personas e involucrarnos con ellos para ser buenos formadores.

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